miércoles, 16 de enero de 2013

El duelo continúa.

Hoy ya son tres años.

Parece que me he quedado clavado y no sólo lo parece, sino que es una realidad.

En estos tres años no he avanzado absolutamente nada, no estoy deprimido, estoy triste, muy triste.

He pensado mucho, no sé si los buenos recuerdos de mi padre sólo son buenos recuerdos o es que realmente no existen los malos y si existieran a mí no me han dejado ninguna huella.

He pensado en la gran paternidad de mi padre y la he comparado con la mía, me parece que no hay parangón, él gana por un millón de vueltas de ventaja.

Y me pregunto si yo se lo puse fácil para ser un gran padre o él, que lo era, consiguió que yo se lo pusiera así.

¡Macho, que grande eres!

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1 comentario:

Nacho Vega dijo...

Buenas, D. Laslo.

Le voy a contar una historia.

Mi abuela materna se marchó a vivir una vida mejor (era profundamente cristiana) a los ochenta y muchos años. Unas pocas horas antes de partir, mi madre (hija de mi abuela, obvia precisión), una de las hermanas de mi abuela y el médico de guardia entraron en la habitación de la residencia donde estaba ingresada. El médico le habló a mi abuela:

Fulanita, han venido a verla. Están aquí su hija y su hermana”.

Mi abuela les miró a todos, aunque sin verlos. Y contestó:

¿Qué hija? Yo no tengo hija”.

¿Cómo que no tiene una hija”, insistió el médico.

No. No tengo”. Respondió mi abuela. Y aclaró: “Tenía una, pero se me murió”.

Se le murió, aclaro, en la posguerra española, por culpa de una maldita tuberculosis y por la falta de penicilina. Allá por los años cuarenta y tantos. Habían pasado, hasta el momento de la conversación, unos cuarenta años.

Está usted triste, sí. Lógico. El recuerdo le va a acompañar siempre. Pero hemos de saber convivir con él. No es fácil. No es fácil si se tienen sentimientos. Pero no nos queda otra, D. Laslo. Esos recuerdos, a la par que tristes, son también preciosos. Y son buenos recuerdos. Están adornados de cariño, de afecto.

Y, por favor, no se compare con ese ser excepcional que debió ser su padre. Todos nosotros somos únicos, especiales. Irrepetibles. Y nos comportamos lo mejor que sabemos. Usted (y la entrañable hacedora de perlas que le acompaña) seguro que sabrán muy bien qué hacer. Fijo que nadie tendrá queja de su manera de actuar.

Un abrazo, D. Laslo a Sotavento. Siento la extensión. No se hacerlo más corto.

P.D.: Me sigue gustando mucho lo que escribe. Y echaba de menos sus entradas. Y me ha dolido escribirle este comentario, por los dolorosos (y hermosos) recuerdos sobre otro ser bueno, excepcional. Pero creí que debía hacerlo.