jueves, 14 de mayo de 2009

Nos vemos en Nürnberg


Me pregunto si podíamos considerar que la inmoralidad de dar altas dosis de estrógenos a niñas sin ningún control médico se trata de pura ignorancia, incompetencia o cortina de humo para tapar otros temas, difícilmente asumibles  desde una forma de apatía, indolencia, falta de conocimientos y de imaginación.


Las consecuencias de este vil intento de otra vez menoscabar la patria potestad, de puentear una vez más a los únicos que pueden opinar sobre estos temas -los profesionales de la medicina- son terribles. A bote pronto, podemos ver los efectos directos de la mala utilización de estos medicamentos, como son el cáncer de mama, el cáncer de ovario, el de útero ... 


Las consecuencias indirectas, entre otras, una invitación a no usar el preservativo, con el consiguiente aumento de enfermedades de trasmisión sexual, sida, gonorrea, sífilis...


Considerando la incidencia de todas estas consecuencias dentro de unos años, y el aumento del índice de mortalidad que seguramente estará relacionado con esto, me pregunto si no estamos ante una forma de genocidio diferido. 

Que no se nos olvide, porque seguro que el delito no habrá prescrito.

miércoles, 11 de febrero de 2009

De las hormigas y las mariposas.

En muchas ocasiones he pensado esto.



Yo desgraciadamente no tengo fe. Me fue arrebatada en aras de la estupidez a la edad de trece años.


Como todo descreído, a lo largo de mi vida he intentado recuperarla, pero de momento no lo he conseguido. El porqué de esa búsqueda es evidente: si no tenemos trascendencia ¿qué somos sino meras hormigas moviéndonos por el mundo en un desesperado intento por sobrevivir, por llegar lo más lejos posible?



Por otro lado, me consuelo pensando en la matemática del caos, y pienso en el aleteo de la mariposa que provoca un huracán. Quizás nuestra vida deba ser simplemente una sucesión de aleteos de mariposa. Esto es un gran consuelo para un descreído como yo.



Si al leer esto han bostezado, me gustaría creer que han sido inducidos por las fotos. Una de las cosas de las que estoy seguro es que somos una cajita de reflejos condicionados.

Aquí volvemos a ser hormigas, pero quizás nuestro bostezo haya producido un ciclón en Madagascar.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Esto se hunde ¿Hay quien lo pare?


Bien, ya sabemos más o menos de qué va esto.

Tenemos una noción aproximada de lo que se nos avecina.

Todo eso esta muy bien, pero ¿qué estamos haciendo para intentar remediarlo?
Hablar, hablar y hablar. Claro, que después podremos decir - Eso lo dije yo hace tanto en tal sitio.

Y mientras tanto, el duelo continúa, el duelo de brazos caídos, de esperar que alguien mueva ficha. Hasta ahora ha funcionado, las cosas se han solucionado “solas” (nadie se acuerda de los emigrantes de este país, ni del pluriempleo ni de los sacrificios que la gente hizo para levantar esto, ni de...)

Esta vez lo veo difícil, pues entre otras cosas:

1- Hemos perdido el espíritu de sacrificio.

2-No tenemos ganas de trabajar.

3-Arrastramos un gran lastre (cargos políticos, exceso de funcionariado, autonomías...)

4-No hay nadie que nos ponga sobre la mesa una idea, un camino, una meta.

Creo que visto así quizás no haya solución y sea mejor que nos hundamos. Es posible que necesitemos pasarlo mal para poder recuperar algunos valores, y redefinir lo que somos y queremos ser. Un borrón y cuenta nueva de verdad treinta y cinco años después.

¿Hay alguien que lo tenga claro?

Lo único que me da miedo es que las ratas se queden (en el fondo, siempre se quedan o vuelven)

martes, 3 de febrero de 2009

En picos, palas y azadones, 100 millones


Qué tiempos aquellos en que las cuentas salían -sigo nostálgico, será la vejez que se ceba conmigo haciéndome poseedor solo de buenos recuerdos, o quizás estoy libre de amargura y es la clarividencia de la perspectiva lo que me hace advertir de los peligros que nos acechan.

Solamente un idiota es capaz de no percibir el movimiento (al fin y al cabo, nos movemos a 1700 Km/h sobre el eje de nuestro planeta y a 30 Km/sg alrededor del sol, aunque visto lo visto es probable que algunos quieran hacernos pensar que es el sol el que lo hace a nuestro alrededor, nosotros quietecitos), de dar por sentado lo evidente y no nota los matices.

Las cosas están cambiando desde hace unos años. Hay personas que lo preveían pero se han quedado -o nos hemos quedado- de meros espectadores. Como cuando un hecho terrible, inusitado y traumático sucede a tu lado, y tú no reaccionas. Aunque eso sí, por lo menos sabes que ha pasado, que va a pasar, que está pasando -algo es algo- y tú sigues sin reaccionar. Se podría decir: los cambios son necesarios, son buenos.
Y gente tremendamente preparada sigue boquiabierta su evolución, y nunca llega, y nos sentimos llenos de vergüenza ajena e incredulidad, y sigue sin llegar una mejor educación, una mayor cultura, un mayor respeto por la libertad, una sociedad de iguales, de auténticos ciudadanos. Muchos perdemos la percepción de la realidad con esas elevadas ideas.

¿Qué cara se le quedaría a D. Fernando? Probablemente la misma que a nosotros, pero al menos D. Gonzalo le consiguió Nápoles. Ahora en las cuentas nos dan mucho menos por mucho más. Y a este pobre país ya nadie le da nada y muchos le van quitando el espíritu, el conocimiento y la cartera.

miércoles, 28 de enero de 2009

El yuntero


El otro día me contaron una historia, la historia de un hombre para mí ejemplar.

Érase un chaval de principios del siglo XX , que como otros muchos que vivían en un pueblo, era analfabeto, y como antes la vida no era fácil, la gente tenia que dejar la escuela o ni siquiera iban porque en casa era necesario su trabajo.

Este chico trabajaba en una zapatería en un pueblo de Extremadura. Su necesidad de saber era tan grande y su visión del mundo tan amplia, que se compro un Quijote y una cartilla, y a cada cliente que sabía leer le pedía que le leyera un trocito del libro. Por las noches, copiaba lo que le habían leído y que él había memorizado.

Así aprendió a leer y a escribir. Hizo el bachillerato nocturno asistiendo a clase cuando podía, y ya casado y con hijos, de oyente (ni siquiera se podía matricular) consiguió un título de grado medio. Hubiera seguido estudiando una carrera de grado superior, pero la guerra se lo impidió.

Que cada uno saque sus propias conclusiones de esta pequeña historia de un niño que de yuntero llegó a ser poeta.



Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.

Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.

Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.

Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.

Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra,
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.

Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.

Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.

A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.

Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.

Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.

Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
resuelve mi alma de encina.

Le veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
o declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.

Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.

¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?

Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.

Miguel Hernández


Sí, y ¿quién nos salvara a nosotros, Miguel?

viernes, 23 de enero de 2009

La trinchera


El otro día estaba cavando con pala y azada, intentando descubrir un manantial que aparentemente se había secado. 

Mientras realizaba esta penosa labor y para infundirme ánimos, empecé a pensar en los hombres que a principios del siglo pasado habían hecho lo mismo en Verdun o en Champagne.

En ese momento, mientras cavaba mi trinchera, me sentí muy solo. En estas circunstancias empecé a pensar para qué le podría servir una trinchera a un hombre que estaba solo, salvo para esconderse de sí mismo. 

Entonces cambié mi pensamiento por la imagen del fornido negro, compañero carcelario de Woody Allen en “Toma el dinero y corre”, que cantaba –Voy con mi novia, voy al Mississippi- y daba un golpe ¡zas! -en este caso con un tremendo mazo- una y otra vez. Así que me puse a canturrear esa canción, sintiéndome como un esclavo en una plantación de Georgia.

Pensando en la guerra, la soledad y la esclavitud, conseguí terminar mi trabajo.

Los caminos de la motivación son inescrutables.